Wimbledon es uno de los acontecimientos deportivos más prestigiosos de todo el mundo. Y uno de los más singulares entre las grandes competiciones. Estos días hemos disfrutado de una nueva y emocionante edición del torneo más antiguo del circuito profesional, que se disputa en el All England Club, en la barriada que le da nombre al torneo, a solo unas millas del centro de Londres, y que ha coronado a Novak Djokovic y a Angelique Kerber como campeones.

Wimbledon tiene un aroma diferente al de resto de torneos de Grand Slam. Lo aporta ese aire clásico, el toque británico, la diferenciación que marca unas normas propias para definir a los cabezas de serie, su apuesta por mantener la hierba o el respeto de los participantes cumpliendo ese ritual de vestir siempre de blanco en cada partido, como si de una gala se tratase.

La primera edición de Wimbledon data de 1877 y lo ganó el británico Spencer Gore. A ese torneo acudieron 200 espectadores pagando un chelín cada uno. En aquel primer torneo, disputado sobre el ‘All England Lawn Tennis and Croquet Club’ sólo se jugaría en la disciplina de individual masculino. En 1884 se sumaron las categorías de individuales femeninos para, finalmente, implantar el dobles mixto en 1913. Hasta 1917 no llegaría la primera victoria foránea en tierras británicas. Fue Norman Brooks, australiano de nacimiento, el primer extranjero en levantar la copa.

Hablar de la historia de Wimbledon es hablar de Roger Federer y Martina Navratilova, pero también de otros grandes campeones. El suizo, aún en activo, lleva siete campeonatos, mientras que la ya retirada Navratilova cuenta con 9 torneos en su haber.

La historia de Wimbledon está llena de curiosidades e hitos de todo tipo. Como cuando en 1940, en plan Guerra Mundial, el complejo fue bombardeado por las fuerzas alemanas, quienes arrojaron cinco bombas de las cuales una impactó sobre el techo de la pista central. Otra fecha histórica fue 2009, cuando por primera vez se utilizó el techo corredizo de la pista central en un partido que enfrentó a Andy Murray y Stanislav Wawrinka.

Wimbledon es un foco de historias, partidazos y momentos inolvidables. En la memoria de los aficionados del tenis siempre quedarán las finales de 1980 entre Borg y McEnroe, 2001 entre Ivanisevic y Rafter, 2008 entre Nadal y Federer y 2009 entre Federer y Roddick. Son algunos de los momentos épicos vividos en las pistas del All England Tennis Club.

Pero, sin duda, el más reciente de todos, fue el acontecido entre el 22 y el 24 de junio de 2010, cuando en la primera ronda del campeonato, John Isner y Nicolas Mahut disputaron el que se ha convertido en el partido más largo de la historia del tenis, con una duración de 11 horas, 5 minutos y 23 segundos. El encuentro acabó con victoria de Isner por 6-4, 3-6, 6-7, 7-6 y 70-68 en un último set que duró 8 horas y 11 minutos. El norteamericano se ha acercado de nuevo este año a ese registro en un encuentro similar en semifinales que perdió ante Kevin Anderson por 7-6, 6-7, 6-7, 6-4 y 26-24, en 6 horas y 36 minutos de juego.